Número 407 de
LCDE, aparecida en mayo de 1978, “Fantasía
sobre un cronomóvil” es otra de las entretenidísimas incursiones de Clark Carrados en el subgénero de los
viajes en el tiempo. El protagonista del relato es Alex Beard, un próspero hombre de negocios al que su amigo, el
científico e inventor Sixtus Schalkreuz, pide un préstamo para financiar un proyecto
que parece una locura: construir un cronomóvil, esto es, un aparato capaz de
desplazarse a través de las Edades. Huelga decir que Beard se queda boquiabierto ante la pretensión de Schalkreuz, aunque al final acaba
prestándole el dinero, nada menos que doscientos mil dólares. El joven
empresario sabe que su amigo es un sabio de primer orden, poseedor de una mente
privilegiada, y como nada en la abundancia, no tiene inconveniente en prestarle
su ayuda económica. De todas formas, aunque Schalkreuz ha inventado algunos artilugios interesantes y útiles, Beard teme en su fuero interno que su
amigo esté perdiendo la chaveta. ¡Una máquina del tiempo! Pero aun así, le
entrega el cheque y Sixtus le
promete que él será una de las primeras personas en probar el cronomóvi.
Un año más
tarde, cuando Beard ya no se
recuerda ni por casualidad el asunto, Sixtus
se pone en contacto con él para comunicarle que el cronomóvil ya es una
realidad. Alex acude a casa de su
amigo, un tanto receloso, y éste le muestra el curioso aparato. Tras
presentarle a su bella ayudante, Beryl
Fulbert, Schalkreuz pone al
tanto a Beard de sus experiencias
con la máquina del tiempo, que ha probado realizando un viaje al pasado. Cada
vez más perplejo, Beard acepta
probar el cachivache, afirmando que le gustaría viajar al futuro, para
comprobar si por esas calendas se ha encontrado ya la cura para el resfriado
común. Está claro que Beard no acaba
de creerse que el cronomóvil funciona, pero Schalkreuz, sin mostrarse ofendido por la incredulidad de Alex, le enseña a manejarlo y le anima
a trasladarse al futuro. Y así, sin acabar de creérselo del todo, el joven
empresario emprende viaje al año 2994.
El aparato
funciona perfectamente, para asombro de Beard,
quien llega al siglo XXX en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, lo que
descubre allí le decepciona profundamente. La sociedad terrícola de la
trigésima centuria lleva una cómoda y plácida existencia, en la que todas las
necesidades básicas del individuo están holgadamente cubiertas por el estado.
Pero una de las primeras cosas que se encuentra Beard en este siglo es grupo de condenados a trabajos forzados, y
esto le hace sospechar lo peor. Decidido a averiguar todo lo posible sobre la
Tierra del año 2994, Beard prosigue
su exploración y llega a una ciudad donde todo el mundo parece vivir en paz y
armonía. Poco después se dirige a un edificio en el que ve entrar y salir a mucha
gente, descubriendo que es una especie de restaurante informatizado, repleto de
máquinas dispensadoras de alimentos. Pero lo que más sorprende a Beard es que la gente, una vez que ha
recogido su comida, hace una versallesca reverencia invocando una especie de
oración de gracias a “el Gran Shannadux”.
Sin embargo, un hombre se niega a pronunciar la invocación y es inmediatamente
arrestado por unos guardias, armados con unos extraños bastones que parecen
ejercer un efecto hipnótico sobre las personas. Beard está cada vez más convencido de que la Tierra del siglo XXX
vive bajo una dictadura aparentemente benévola, pero tiranía al fin y al cabo.
Y es entonces cuando conoce a Ummyro,
quien resulta ser el Rector Supremo de Shannaduxia, la única ciudad del planeta.
Deseoso de aprender más sobre esa época, Beard
se muestra receptivo y humilde ante Ummyro,
y el Rector Supremo le lleva su residencia personal. Una vez allí, le cuenta, a
grandes rasgos, la historia de la Tierra durante los últimos cuatrocientos años.
Según Ummyro, la Tierra del siglo XXVI estaba
densamente poblada, pero se produjo un conflicto bélico que causó la muerte de
varios miles de millones de personas. Tras aquel caos surgió la figura de un
hombre, Shannadux, un reputado
psicobiólogo que sostenía una curiosa teoría, según la cual, dentro de la especie humana general, por así
llamarla, existía un grupo de seres
poseedores de unos caracteres genéticos que los convertían en superiores a
todos los demás. Estos “humanos perfectos”
representaban una reducidísima minoría del total de la población, pero Shannadux creía que eran los elegidos
para dominar la Tierra, así que desarrolló un virus mortal, que afectaba sólo a
los humanos “inferiores”, y lo
diseminó por todo el planeta. La especie
humana “inferior” fue aniquilada en
unos pocos años, quedando el mundo y sus inmensos recursos en poder de apenas
unos miles de elegidos, que desde aquel momento veneraron fanáticamente la
memoria del Gran Shannadux, que, al
parecer, había sido ejecutado cuatro siglos atrás.
Horrorizado por
lo que ha descubierto, Beard regresa
a su tiempo e informa a Sixtus
Schalkreuz y a Beryl de sus
descubrimientos. Aunque éstos tratan de
disuadirle de sus propósitos, el joven está dispuesto a hacer lo que sea
necesario para acabar con la tiranía de Ummyro.
A pesar de sus iniciales reticencias, Schalkraus
y Beryl se unen a él, emprendiendo
juntos una fabulosa aventura a través de las Edades, para tratar de impedir el
genocidio ideado por Shannadux y el
siniestro sistema político resultante del mismo.
Lo más
interesante de la obra, en mi modesta opinión, es la forma tan inteligente en
que Lecha presenta, a través de las
discusiones entre el protagonista, Schalkreuz
y Beryl Fulbert, los problemas
morales que plantea la intención de Beard
de cambiar la situación del mundo en el siglo XXX, alterando los
acontecimientos históricos del siglo XXVI. No revelaré aquí más detalles de la
trama, para no fastidiarle el suspense a quien no haya leído la novela. Tan
sólo diré que Lecha resuelve la
papeleta de forma brillante y lógica, que es mucho más de lo que puede decirse
de otros autores de relatos de viajes en el Tiempo.
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